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¿Y DE POSTRE?

caipi...
Hay un indicio apenas susceptible de las limitaciones divinas que nos persiguen siendo humanos, y un detalle sugerente de perdernos en el espíritu al contemplar lo bello; pues bien, al cerrar los ojos distingo la ausencia del tiempo en mi cuerpo y mi alma arremete como fuego translúcido que quiere brotar fuera de mí. Desaparezco, intento recordar cómo es que miro, ahora todo brilla, los sepias oscuros se conjugan con rojos sangre, y el paisaje es mío, pero me deprimo; hay una belleza que no es completa al no poder palparla, quisiera compartirla pero es muy densa. Sólo en la aventura de un ensueño el espíritu puede mantenerse en este momento, y entonces vuelo, camino, atravieso muros, me imagino creando puertas; intento recordar cómo es que vivo, y en eso sé que algún miedo me confunde desde un principio: ¿Y acaso es que he nacido? Camino en aquel desierto: muchas personas, todos están secos; muchas calles, muchos edificios, todos están vacíos. O me aíslo o me hago uno conmigo mismo.

Busco un sitio de encuentro, algún espacio eterno; sé que en este miedo debe haber el fénix de mi renacimiento, el fuego que permita hacer menos denso el paisaje mío y de mi silencio. Mi ego es supremo; que torpeza, cuánta alegoría, mucho pensamiento. Y de repente te veo: brillas, te paseas y te sigo viendo; hay un flujo de serpientes rojas que se mimetizan cuando fluyo entre los muros, a veces camino sobre ellas, en otras ocasiones me hacen volar entre pensamientos oscuros, me apagan la vista, me pierden la presencia. Y sonríes, y aquellas serpientes se enfilan urgidas de ansia hacia tu alegría, celosas, con iras de que me extravíe de éstas dirigiendo mi atención hacia tu sonrisa. Y me miras. Hay ciertos momentos que percibo el detalle sugerente de encontrar lo divino al contemplar lo bello, y en la ausencia del tiempo en mi cuerpo recuerdo que espero el fénix de mi renacimiento. Y me miras. Y veo fuego. No quema. Enceguece. Consume. No lastima. Da vida. Detiene el tiempo. Es la alegre libertad del espíritu inquieto.

Mis pasos se tornan ligeros, y las sierpes rodean todo este espacio en la impotencia de actuar o filtrar su veneno. Y camino ciego, y pienso todo lo que te veo y en tus ojos me pierdo. Por un instante, infinitamente fugaz siento que estoy naciendo. Como último recurso de volver a mi tiempo, me aferro a tu abrazo y te abrazo, hablo lo que puedo, suspiro lo que tengo, intento soportar todo lo intenso. Y  recuerdo que estaba comiendo. Termino de comer y continúo en mi silencio. Hay un flujo de serpientes rojas que se mimetizan con lo que observo cuando fluyo en el desierto.

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