Al
primer rayo de sol se despiertan las saetas de los hijos del centauro,
motivando una explosión a manera de desfile de estrellas en terrenos del Olimpo;
dirigiendo la opacidad de lo nocturno hacia occidente, en donde el vulgo
percibe aquella aurora como promesa encantadora de nueva vida al final de la
bruma.
Los
centauritos alegres, manejan sus flechas, cabalgando cada rayo, dirigiéndose
hacia el este, hacia la estrella madre, en donde, la diosa hace su festín
diario de fotones y tonos de colores; y los niños arqueros fascinados en la luz
que emana de aquella fuente de alegría con la sonrisa de su corazón, se
consumen por completo: saetas, arcos, espíritus, herraduras, caminos y toda la
luminosidad con que puedan aportar a aquel espacio de amor.
Apenas
abres los ojos, los pequeños hijos del centauro dirigen sus saetas hacia tu
luz, minados en tu visión, perseguidos por tu voz; cabalgan a diario hacia la
fuente de pasión que emana de tu corazón; fortaleza del Olimpo, hogar del dios.
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