Peyol se cansó de ser un gato. Su vida como tal era aburrida; así que cierto día se levantó y decidió ser un perro.
¡Guau!, ¡guau! Empezó a practicar su nuevo lenguaje y de paso aprendió a orinar alzando la pata. Al verlo Jaimito, su dueño, se rió a carcajadas:
- Vaya que eres un payaso Peyol, queriendo ser un perro; ¿no ves que eres un gato? Pues si quieres ser un perro, pues, ¡te vas para afuera perro! Ja, ja, ja.
En la puerta de la casa, Peyol, emocionado, pensaba que podía ir más lejos; entonces, pasó por el jardín un gato callejero viejo. Nuestro pseudoperro le ladró y aquel, al igual que Jaimito, rompió en risas. Peyol enojado, le dijo:
- ¿Por qué te ríes? Deberías asustarte y salir corriendo.
- Me parece tan gracioso, que no le veo nada miedoso- le respondió el viejo mientras continuaba retorciéndose de la risa.
- ¿No ves que soy un perro? Te estoy ladrando, te puedo morder en este mismo momento- Se insinúa Peyol, con mucho coraje.
- Mira hijo, yo sé qué eres, yo pienso que eres un gato, porque tienes cola de gato y patas de gato; no puedes ladrar, tu guau suena a miau. ¿No te das cuenta de que no eres un perro?
Peyol no hizo caso a nadie a quien se haya cruzado en su camino. Al encontrarse con perros, éstos igualmente se reían.
Con el tiempo, todos se acostumbraban al comportamiento de Peyol, pero no lo tomaban como perro, sino como un gato que estaba totalmente loco. Le seguían la corriente y así pudo llevarse con todos los perros; mientras que los gatos intentaban hacerle volver a su realidad de gato.
El loco se perdió de la verdad y encontró su propia realidad como verdad, viviendo dos realidades.
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