Nada sobra, nada falta, todo es perfecto.
Algún intelecto me comenta que evite los gerundios, que la elegancia no maneja
eso; y yo le insisto en que siempre te estoy amando, pensando, deseando,
extrañando, sintiendo, respirando; ya que del infinitivo al acto, la acción que
define lo que siento siempre está sucediendo, y de ahí el devenir de mi forma
de vivirle al verbo.
Me puedo excusar de este hecho aludiendo a la
referencia de que todo lo que escribo viene de la lectura de tu cuerpo;
entonces sin ser mi discurso, siendo la descripción de las maravillas que en ti
leo, todo lo que está escrito es la transcripción de la divinidad que se relata
a través de todos tus colores, enmarcados en luces y sonidos que retumban como
ecos.
Y siempre te escucho, en todo te veo,
entonces vivo en tus lecturas, me das vida con tus cuentos; debajo de tu piel
me refugio y sé que soy el lector de aquellas historias que se van escribiendo
para deleite de los espíritus que transitan los cielos. Tú, mi Reina, me dictas
tus sortilegios haciéndome tu escriba, el testigo de tus sueños.
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