De la mano el candelabro, pegado a la vela,
me habitas los laberintos, que yo mismo desconozco desde que se formó mi
espíritu; y el trayecto es un reto para tus ojos, pues dentro de mis
oscuridades y miedos, al mirarme por dentro vas rescatando todas las
experiencias que han sido ocultadas por los continuos viajes del ego hacia
fuera.
De la vela que parte de tu mano, mi
exploradora, vas deletreando los paisajes encantos que
permanecen insomnes ante mi conciencia; hay vivencias que ya no las tengo como
reales, y mis sueños se confunden con los susurros de tu voz cuando soplas la
polvareda acumulada en las repisas donde alguna vez ubiqué atesorados tiempos,
ahora sin recuerdo.
De tus manos, a la sombra, me fuiste
limpiando por dentro apenas me tocabas, y con tus ojos, mi salvadora, fuiste
iluminando mis laberintos.
Ahora que no estás, volví a lo oscuro,
latente, sin amor, sin rumbo.