En un terciopelo
deslizo mis dedos, los ojos cerrados, el corazón abierto; intento ver lo que
siento, y me voy dibujando elementos en mi cerebro, que van dando ritmo al
compás de los caminos de mis manos.
Me deslizo en tu
tacto acariciándote en un segundo el rostro: seda-terciopelo, tonalidad de
diamante; pétalo flor de Venus en tus mejillas afelpadas de mujer armiño,
sonrisa diosa, madre amante, retoño divino; y te esquivas, y en tu celo me
prohíbes acercar mi mano ante tanta maravilla; y te entiendo y te abrazo, rodeándote de besos el cuello y
cobijando mis caricias con la cascada de tus cabellos.
Te digo que te
amo y me replicas con tu eco, haciéndome omnipresente en tu lecho, te exploro
desde adentro; me detengo en tus senos, muerdo débilmente los pezones en tus
pechos y se replican los besos por todo lo que veo, de pies a cabeza, hasta lo
más escondido en tu cuerpo, resaltando un beso intenso en el rincón que despierta tu espalda, y gozando de
tu sonrisa en el disfrute por las cosquillas de tu nalga.
Antes de dormir,
este es el rito de mi rezo, me imagino que me acuesto contigo, me abrazo yo
mismo, cierro los ojos y empiezo, con tu tacto, a soñar toda la noche que me
amas, nos amamos, nos devoramos completos, nos citamos en el cielo, según lo
que te he descrito.
Los orgasmos
retumban el universo. Recreamos con nuestro amor lo divino, y dios de testigo
bendice cada noche esta ceremonia dándonos la vida en los sueños,
prometiéndonos que esto será real el día que nos encontremos, en un intenso SI,
con los ojos cerrados y el corazón abierto.
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