Anclado en la
puerta de tu paraíso, estático de todo pensamiento, mi barca ha esperado tu
viento por siglos, que me conduzca hacia dentro y descansar en aquel refugio
que el dios me prometió desde cuando era pequeño. Y esperando en la cornisa,
ciego ante la luz que desprende aquel sitio, no diviso de tus manos un lance de
flechas y no las esquivo.
Y apareces,
Cenobita: gigante, intensa, la mirada al horizonte y sin verme, me capturas con
tu mano izquierda: índice y anular a mis brazos, pulgar y meñique a mis
piernas, con tu dedo medio conectas mi cabeza, y con las fibras de tu alma a
través de tus saetas me conviertes en tu marioneta.
Me sostienes con
tu diestra y en ésta, con tu magia, se elaboran las escenas en la cual,
manejando mis extremidades y mi cabeza me haces caminar por todas tus pertenencias,
y me indicas que de todo lo que miro, tú eres la dueña, la reina.
Y me vuelvo lo que
tú me muestras, y tengo el dulce refugio de tu regazo que me tiene envuelto en
tu amor, siendo tu marioneta, y camino contigo y vivo a la voluntad de tus
manos siguiendo tus designios, y en mi alegre libertad atado a tu destino
aprendo de ti, y de ti tengo abrigo. Y mi barca ya no es mi sitio, ya no
espero, no tengo lío, disfruto de tu paraíso.
Viviendo
en la creación de tu teatro mágico, mi titiritera; mi cuerpo y espíritu se
entregan a las fibras de tu alma para que hagas de mí lo que quieras, y creo en
ti, y así me liberas; y te siento que me llenas: en el día maniobras mi vida de
acuerdo a tus escenas, y en la noche me cuentas todo lo que para ti escribo, a
través de tus hebras.
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