En el calor del lago, de la tierra de los
colibríes, el agua bulle cristalina cubriendo de un leve remanso de niebla
blanquecina a toda la extensión de aquella aldea.
Y ellos al verse envueltos de tan hermoso
espíritu, se tornan hacia un cierto miedo pues en la hermosura del regalo del
agua de la casa en la que viven, el blanco entorno no les permite tener la
seguridad de ver la dirección de su vuelo.
En la calidez de su cuna el agua rebulle,
expresa su amor y alegría calentando la casa viva de los pajaritos que viven en
el recelo de su vuelo, ya que con la neblina en la que viven, no pueden ver
completo, pues en los tiempos a que me refiero ellos aun se agitan lento; pero
se han acostumbrado a la comodidad de lo que tienen como perfecto. Y aunque ya no tengan respiro, viven fieles a su confort, en el respeto de su miedo.
La dama agua les da un sabio consejo: "Para
apreciar la belleza del regalo que les tengo, muevan sus alitas lo más rápido
que les dé su cuerpo, si se alzan un poquito más de lo que han acostumbrado en
su vuelo, verán por completo el sitio donde viven y podrán en verdad darse
cuenta, desde fuera, de todo lo que junto a ustedes forma el paraíso que nos ha
dado el que nos creó hace mucho tiempo".
Y lo hicieron, y se maravillaron de su hogar,
de todo lo que podían volar, de la cubierta del agua que amorosamente los
cobijaba, se fascinaron de todo lo que ahora podían caminar en la fortaleza de
sus alas.
Y es por eso que ahora los colibríes vuelan
rápido buscando nuevas aguas, buscando mirar las cosas más hermosas con la
estrategia de que todo lo que es bello, y se ve muy bello desde fuera, al momento de
internarse hacia su centro, se torna más hermoso y más intenso. Y el miedo ni
si quiera existe cuando el vuelo de lo bello va de afuera hacia dentro.
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