En el reino de las aguas, la reina sirena, gobierna con toda su
majestad: la sonrisa brillante, la mirada transparente, el porte elegante. Respira su mar, mueve las olas para que todo
tenga vida, e ilumina su imperio con su presencia divina.
La reina sirena vigila que todo esté en armonía, y duerme en el fondo
del mar, con peces dorados que cuidan su sueño y medusas azules que sugieren
silencio a todo el reino para no molestar la paz de su suave descansar.
La reina sirena despierta y recibe al sol saliendo a caminar por
encima de las aguas, se torna rojiza, se transforma en hada y resulta difícil
distinguir cuál estrella brilla más. Y al empezar a volar la miro, se asusta,
se intimida, retorna su vista al mar. La detengo un momento. Le cuento que he
estado navegando a la deriva, casi al borde de mi muerte, perdido, con sed,
solitario, sin amar. Y en su necesidad de regresar de nuevo a su mar, me regala
una gota de su sangre en la punta de mi cuerpo, que la bebo, y me transformo,
me hundo, y poco a poco voy respirando el mundo en que ella es todo lo que
gobierna. Me fundo con toda su realidad.
En el reino de las aguas, la reina
sirena me ha convertido en pequeña estrella; ahora vivo respirando su entorno,
cubierto de su mar, refugiado en su majestad, iluminado con su presencia,
vigilando su descansar, amándola solo a ella.
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