De un
soplo del cielo amanece el azul con tonos rojizos, inventando siluetas de nubes
que se arremolinan en la distancia, sombreando el despertar del sol con tonos
púrpuras; las aves se agitan, sus alas se extienden hambrientas de vuelo,
picoteando tactos de aire, hasta encontrar el mejor de los vientos.
Sale
el sol, la luz se establece y el día se entona en ritmos de vida que invitan a
todo lo vivo a vivir su intensidad, a saciar sus respiros.
Y los
seres, conscientes o en somnolencia, avivan sus paso en el disfrute del sentir
este regalo de divinidad; observando lo bello no desde sus ojos, sino desde el
instinto, quedando un resquicio de felicidad marcado en su espíritu, que en
algún momento servirá como alimento a su humanidad.
Cada
día amaneces en mí regalándome tonos de cielo, sombras de nubes, aves del
paraíso; saliendo a abrigarme, mi sol, invitándome a la vida, invitándome al
Amor.
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