En mi sitio de soledad,
eres mi silencio, como antifaz que me cubre la mirada cuando me presento ante
la gaia desnudo, de ti cubierto. Y tú eres mi otra piel, la que me limpia, la
que me acicala, protegido por la dulce lámina de Amor que dejas en mi cuerpo
cuando me amas.
La madre me regala el
entorno, tú me acompañas, como silueta-luz, como tierra-hada;
madre-silueta-hada, como magia me apasionas con tus palabras, desarmándome el
alma, y a la vez manteniéndola intacta, como misterio de conjunción entre el
planeta, yo y tú en un trino devenir de la energía misma con la que el Amor
festeja a diario su triunfo sobre la oscuridad, haciendo de nosotros su cálida
llamarada.
Lenguas de fuego
salpican por todos lados al amarnos, extendiéndose aquel calor hacia cualquier
conciencia que atestigua el acto en el que nuestras almas germinan nuevas
potencias de vida, y en este incendio de Amor, regreso a tu piel, formándome en
vos, siendo tuyo, siendo tú; y en este arrebato de pasión, fuego-Amor, me
despiertas de la soledad y en mi silencio, con mi cuerpo me haces tu templo
para hacer un eterno rezo que nos alcance hasta que retornemos a la madre y el
espíritu se libere para seguir en nuestro camino de dos.
En toda esta visión
siempre participas como hacedora de lo que imagino, y en cada camino me
proteges danzando vientos, escribiendo sortilegios, haciendo muros de cristal
que se levantan desde tus letras avanzando a paso gigantesco, derribando los
desiertos de tinte marrón y tonos turquesa, avalanchando las nubes de tormenta
que de arena en arena marcan el tiempo que envuelve espirales-torbellinos de
caminos que de gran aceleración, inmanentes, desembocan en el cielo haciendo
una conexión entre tu pensamiento y el horizonte de lo eterno hacia donde me
diriges con toda tu pasión, en el reloj de nuestro destino.
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