Mi mujer menciona que su vida sabe
a trazas de alegría, cuando de su pensamiento depurado en amor, por la
referencia de su voz en sinfonía (cuando hablas), canta los aromas que emana su
alma, el momento en que está totalmente lúcida y en armonía (todo el día). Y me
habla su sabiduría. Intento crear lo más grande, lo más intenso, eterno,
violento, para favorecer mi presencia dentro de ella y así abrir las puertas de
su corazón somnoliento. Y me sueña. Y me enseñas. Y me desvivo construyendo
mega alegorías para su morada y que su alma perviva viviendo por dentro de los
imperios que mi amor le va haciendo. Y me enseña, y me dice: si de amor estoy
cubierto, si la amo (totalmente cierto), el camino es un solo rumbo de refugios
que apenas alcanzan a cubrirnos con sus señas, la magia se enfrenta en conjuros
que no permiten más tristezas. Te creo universos, disfrutas tan solo con las
estrellas. Te elaboro castillos, te deleitas con las arenas. Te amo con todo lo
que tengo, y lo sientes realmente tan solo revelándote mis penas. Y me enseñas,
con la sublimidad de tu querella, que el amor está en las cosas pequeñas.
Mi espíritu entiende tu moraleja,
y en aquella conjunción amorosa de tener contigo un puente directo entre el
amor y la belleza, me dedicas tus pensamientos y me reduzco al mínimo concepto
en la espera de que tu alma me haga su pertenencia.
Que me haga su cosa pequeña.
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