Y de nuevo en la sobriedad de los
túneles en los que viajo,
me asoman las salidas, y vuelvo
al laberinto de salir o entrar,
la decisión la manejo de acuerdo
a mi ensoñar,
y en aquello me desvanezco
esperando un posible encuentro,
una solución a un acertijo de
muchos años atrás.
En toda esta oscuridad, mi mano
va tanteando el horizonte,
en el que la realidad se vuelve
estática, y los muros del poniente
revelan un puka inti reinante que se hunde en el océano
a descansar.
Todo evoca la figura de las ninfas
que caminan sobre el mar,
y todas ellas danzan su
movimiento de acuerdo al oleaje,
que permanece ondulante esperando
al compás del viento,
que refresca la alegoría en la
que apareces y te vuelves una ola más.
Y revientas contra toda esta
realidad,
derramando tu hermosura sobre
todo lo que avanzas a mojar.
Y te mezclas con el agua, siendo
agua, y mojas el mar, siendo sal,
y las ninfas te circundan la ira,
y tus ojos enceguecen su danza circular,
y ellas, bailando a la deriva, te
ruegan por su vida,
y tú, derramando tu hermosura,
sonríes y todo vuelve a la calma
total.
Sonrisa, ojos, mirada y mar,
me vuelven al laberinto en el que
cabe dilucidar,
mi afán por amarte sabiéndote
diosa,
conociendo tu ira, percibiendo tu
amar.
Y en la luz del faro de la guía
que me ilumina mi navegar,
solo se muestran tus ojos, al
fondo del laberinto,
del sueño que me invita el
devenir de crisálida a volar,
y morir como mariposa nocturna en
el brillo de tu mirar.
Hoy mi deber era escribirle a tus
ojos,
pero entre tu ver y tu mirar, en
la ventana de tu espíritu,
para poder apreciar la hermosura
de tu alma,
me quedo con tu mirar.
Pues tus ojos me enceguecen, y tu
mirar me enamora más,
tus ojos son el sol y tu mirar es
la caricia al mar,
tu ojos son la ira, tu mirar es el amar.
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