Imágenes, máscaras y rostros, baile de
payasos, súbitas conciencias desenfrenadas al ritmo de un trac-tac que ronca el
Creador cuando descansa, y todos disfrutan de este espacio en el cual nadie los
limita.
Es una cadencia de espíritus sin lugar,
espacio, o tiempo; generando una danza vista como magma de colores (para los
mortales) y haciendo de la fiesta otra creación, otro universo, y así se va
generando todo lo que vemos.
Es una suerte de acecho del Creador, pues al
fingir que duerme, los creados dejan su límite y se tornan creadores,
provocando así sucesivos e infinitos big-bang de realidades haciendo más
inmenso el trabajo de aquel que siempre lleva el crédito de lo hecho: Dios.
En algunas de aquellas fiestas, aparece
Venus, brillante, hermosa, pequeña, de paso elegante; y yo como testigo de toda
esta génesis la percibo y me detengo a apreciar cual va a ser el designio de su
creación para la fiesta a la que asisto.
Me apetece acariciarla, y ella esquiva mi
mano enamorada; intenta alejarse y de todas las sombras que la acompañan, una
de ellas la inmoviliza, quedando un rictus acompasado en la pasividad de su
mirada; y aprovecho: la acaricio hasta pulir su rostro, la beso hasta secar mis
labios, me fascino en la lectura de cada una de las partes de su cara hasta
grabármela completa. La memorizo y la recreo.
Y así, como ella yo también soy un demiurgo y
en mi delirio voy creando universos, y en todos ellos, basado en aquella
figura, en la esencia de su alma, y en la fuerza de su espíritu, la ubico como
Diosa de todo lo que mira.
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