Poco a poco me voy elevando, ascendiendo el
arco iris alrededor del sol, que se posa amoroso como delimitando el entorno en
el cual me desencarnas: visiones de colores y círculos sin fin para nuestras
almas, y tú al centro guiando la creación, dirigiendo el Amor; y me preparas para liberarme, para darme un
sorbo de vitalidad, desde la fuente de tus labios, drogarme con tu sudor,
masajeándome con tus pies y cobijándome con las caricias de tus manos.
Y me tomas, me envuelves; me das de beber de
ti, luego me absorbes; me das vida, me dominas, me transformas; vas haciendo la
fragua para el molde en el cual mi alma pueda estar siempre conectada a ti, sin
distancias.
Y me explotas, y tiemblo; y te mueves, y me
enamoro. Me susurras todo lo que te he dicho desde que renacimos, repitiendo la
intensidad con que nos encontramos y rezando cada palabra para que se haga
realidad; y yo que quiero salir volando en el éxtasis de sentirme tan ligero,
contigo adentro, y me abrazas con tus piernas, me reduces, me quedo quieto.
Me has dejado estático, el cuerpo
desvanecido, mi única visión: tu mirada. Rendido ante tu magia, fundido con tu
piel, no queda resquicio de humanidad que soporte la revelación de tu alma al
acariciar mis entrañas, y me dejas en un sereno letargo, y te marchas.
Con tu fuego, fraguado el cuerpo, regreso al
confort de mi infierno. Y tú vuelves a tu magia habitual: Mujer amante, madre
incondicional, esposa amorosa, hija silente. Hermosa bruja de acecho
permanente. Cuando me amas, todo se detiene, los ángeles forman un arco iris
alrededor nuestro, solamente para verte.
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