Antes
de renacer, en cada madrugada, el rocío me sumerge en una ávida sensación de
alivio cuando despierto, con la sensación de haber dormido en el cálido
desierto de tu pecho, en el oasis de tus senos, junto al lago de tu ombligo; y
relajado el cuerpo alzo el rostro y te reconozco cuando te beso: Flor de ámbar la mirada, aperlada la sonrisa
y los labios en almíbar, me guiñan una caricia al alma, como suave brisa de
palabra que me alienta a seguir en mi jornada, y así camino buscando a aquella
dama que me acurruca cada noche, mientras duermo ratificando que por ella vivo,
y así ella mece mi espíritu en un delicioso ritmo circular, centelleando su
figura de estrella vespertina; y así me cría, así me hipnotiza, me fascina, y así
amo cada fibra de su ser, y amo todo en aquella esencia divina que me inclina
hacia la idea de que en esta vida no ha existido nada que me haga merecer la
dicha de volver a descansar en ella, de perderme en su belleza, de soñarla todo
el tiempo que me quede de vida, para soñar el sueño de respirar su alma, de
vivir en la dicha de amarla y que el perfume de su amor me abrigue todas las
mañanas el resto de mis días.
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