En el tratamiento del instinto se evoca la
concepción de que aquel pre-sentimiento que nos conduce a humanizarnos con la
sensación de lo divino se origina a partir de la conexión que tenemos entre el
creador y lo creado.
Siendo así, criaturas de espíritu aletargado,
el origen ha marcado un acertijo que revela la cuestión en la cual, siendo el
alma un vehículo, podemos llegar a liberarnos, haciéndonos divinos por el
simple hecho de invocar el poder que nos ha ubicado en este sitio.
Y aparece el instinto, y se invoca el Amor, a
gritos, desde el alma; y en mi ruego te imagino, me conecto con lo divino, y en
cada historia que he escrito se que estás y mi deseo es concedido: Te has
formado como mensaje vivo del dios que nos hizo, humanizando mi destino.
Te has apropiado de mi espacio, fluyendo tu
espíritu dentro mío, haciéndome que me reconozca en ti y en tus senderos,
compartiendo tu sabiduría en la intensidad de fundir nuestros cuerpos, evocando
aquel primer día en el cual el creador dispuso la existencia de la vida y la
concepción total del universo, y así se alegra Él en su trabajo perfecto, y
al amarnos podemos percibir aquel éxtasis de creación en nuestros cuerpos y se
satisface lo más íntimo, lo más discreto de lo que nos conocemos.
Y así voy, cada día, cada noche, en mi
imaginación, en mis sueños, buscando hacer realidad, en la luz, en la
oscuridad, el hecho de vivir visitando los pasadizos que se encuentran
escondidos entre tu ombligo y tu cuello, entre tus labios y cabellos, entre tus
hombros y tus manos; entre tus pies y tu sexo,
besando cada rincón de tu espalda y tu pecho,
pernoctando en tus senos, bebiendo de ti mi alimento, evocando el instinto,
evocando la creación del universo.
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