Del círculo
de orión parten diminutas ráfagas de magia; cada constelación va tomando ruta
imaginando una secuencia de galaxias que desfilan gigantescas, procurando
enrumbarse hacia mi cielo desde donde sé que fijado en algún cometa puedo
divagar pensando en tu existencia.
Y los
astros coinciden, en que aquel sendero, que alumbra mi cielo, se perfila como
un mirador perfecto para divisar tu belleza; ya lo dijeron los dioses al
caminar por la tierra: Para percibir la total grandeza de tu presencia se
necesita un concierto de estrellas desde donde se pueda ver la totalidad de tu
alma completa.
Y
así, constelaciones, galaxias, cometas, y yo desde algún lugar de aquel vacío,
te miramos enamorados esperando el guiño de tus ojitos, cual centelleo de
luciérnaga en cortejo; que alces la vista, que te admires de la fiesta que se
ha armado en el infinito tan solo para fascinarse ante la hermosura de lo más
bello.
Y nos
quedamos quietitos quietitos, en silencio, para que se dé el momento, que junto
a tu mirada nos adorne la delicia de tu cuerpo, nos enloquezca la fragancia de
tu aliento, y a través de tu sonrisa en el ritmo de aquel eco, todo
brille, conjugando en la luz la divinidad de tu nombre haciendo de todo el
firmamento un maravilloso espejo para que puedas mirarte en el cielo.
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